Las rabietas son una explosión de
emociones. Es como una especie de descarga emocional y se le considerada
normal durante el desarrollo de los niños en edades comprendidas entre 1 y
4 años (todo depende del temperamento del niño, del entorno en el que
crece y de la respuesta de sus padres ante estas situaciones).
Cuando se inicia una rabieta, el cerebro del
niño se inunda de sustancias y hormonas estresantes como el cortisol, la
adrenalina y la noradrenalina lo que hace que sus sentidos queden
fisiológicamente bloqueados. Es decir, que en su máximo apogeo (durante la rabieta) los
niños no pueden escuchar, entender ni razonar lo que los adultos les decimos o
indicamos hacer en ese momento.
Cuando un niño se encuentra en plena descarga emocional, es fundamental esperar a que simplemente pase esa tormenta de emociones para poder hablar con ellos en la calma (cuando sus emociones estén estables).
Lo más difícil de todo el proceso y lo más
necesario
es que el adulto conserve la calma.
Hay algo importante debemos entender a la hora
de guiar de manera eficaz una rabieta. Debemos tener claro que una rabieta
nunca debe ser el medio para conseguir un fin, es decir, no debemos ceder
ante una rabieta que estalla.
Ceder a comprar o hacer lo que el niño pide o quiere en ese momento, es algo usual que muchos padres suelen hacer por alguno de estos motivos.
Estas respuestas no educan ni ayudan al niño,
sino que por el contrario, les enseña que de esa forma (con gritos,
llantos, golpes, insultos, etc.) conseguirá lo que quiere en un
momento determinado.
De igual manera, usar métodos autoritarios para
tratar de controlar o aplacar una rabieta: Golpes, amenazas, gritos,
retiro de privilegios, baños de agua fría, sacudirlos, mandarlos a
la silla de pensar, etc. son métodos irrespetuosos que humillan a tu hijo
y no lo ayudan sino que a la larga le perjudican.
El contacto físico y la empatía al
comprender/validar sus sentimientos y sus etapas de desarrollo, hacen que
los niños estén más propensos a “bajar revoluciones”. ¡Pero cuidado! Hay
que tener en cuenta que no a todos los niños les gusta ser tocados
o abrazados cuando están enojados y eso debemos respetarlo. En esos casos,
tan solo debes permanecer cerca del pequeño para cuidar que no se haga
daño a sí mismo, a los demás o a las cosas.
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